Cuento para un viernes por la mañana

Érase una vez un hada madrina que no tenía ahijado. Esto le ocasionaba grandes problemas, sobre todo de identidad. Si no tengo ahijado, se decía, no debería llamarme madrina. Pero miraba su carné de colegiada y ahí estaba escrito bien claro: “Sra. Dña. Gabriela Gutiérrez Tello, hada madrina. Número de colegiado 6987”.

Pero cuando peor lo pasaba era en los Encuentros Internacionales de Hadas Madrinas que se celebraban cada dos años. Allí, todas sus compañeras exponían los grandes logros de sus ahijados y daban conferencias larguísimas sobre los avances en materia de ayuda extraordinaria a príncipes y princesas a los largo del mundo. Nuestra pobre hada intentaba pasar desapercibida: se recogía en el asiento hasta hacerse del tamaño de una rana y, si le preguntaban por sus últimos logros, respondía con una sonrisa encantadora:

-Es un chico complicado. Tengo que ir poco a poco con él. Pero estamos avanzando mucho. A ver si el próximo año me preparo yo también una ponencia.

Un año, por fin, encontró un ahijado. Era un joven príncipe, de un país pequeño pero de buena familia. Muy educado: no hablaba con la boca llena y sabía doblar la servilleta. Era aplicado en sus estudios, diestro en las armas y las letras, valiente cuando salía a la guerra para defender a su pueblo. Cuando cumplió la mayoría de edad sus padres le concertaron un matrimonio con una infanta vecina y se casaron, fueron felices, comieron perdices y tuvieron cinco hijos varones y una niña de ojos azules. Era tan perfecto que nuestra protagonista jamás tuvo que usar su varita. Se limitaba a sonreír de manera encantadora. Se convirtió en un hada feliz de salón.

Cuando su ahijado cumplió los cincuenta años comenzó a escribir sus memorias pensando en exponerla en el próximo Encuentro Internacional. Pasó meses pensando, dando vueltas por los jardines, leyendo extensos manuales, consultando a expertos... Cuando terminó este periodo de recogida de información, se sentó frente a su escritorio y escribió lo que sigue:

"Buenas tardes. Soy Gabriela Gutiérrez, hada madrina titulada y colegiada desde hace cuatrocientos años. Mi ahijado es rey".

Todo el peso de sus cuatrocientos años se le vino encima en forma de una tremenda carcajada que despertó a todo el castillo. Después, se recogió las faldas, salió de puntillas por la puerta y desapareció.

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