Damas y caballeros, buenas
tardes. Les he reunido para hablarles de un tema que, todos ustedes, por sus
trabajos y dedicación al negocio, les interesará. Verán... El hombre jamás
llegó a la Luna, tal y como nos lo han vendido. Y no llegó, y se lo voy a
demostrar, por lo siguiente: la Luna, damas y caballeros, la Luna ¡es de queso!
-¡Pero qué tontería!
-¡Esto no es serio!
-Me voy, no toleraré que nos
tome el pelo...
Esperen, por favor. Si les
estoy hablando es porque tengo pruebas. Saben que un hombre de mi familia, que
tantos años se ha dedicado a este serio negocio, jamás habla en vano. Tengo
pruebas y les demostraré científicamente que la Luna es realmente de queso.
Atenderé después sus preguntas, primero les contaré mi historia.
Verán. El tatarabuelo del
tatarabuelo de mi tatarabuelo era un importante comerciante. Vendía y compraba
cualquier cosa. Era capaz de transportar patatas americanas y seda de China,
pero también nieve de los Urales, agua del Niágara y un palacio renacentista
italiano, piedra a piedra. Abrió mil rutas marítimas, centenares de rutas
terrestres, tenía pájaros que surcaban los cielos llevando cualquier cosa que
quisiera. Mi ancestro, damas y caballeros, era un hombre capaz de encontrar, transportar
y vender cualquier cosa que se le antojara. Y se le antojó la Luna.
Contrató a astrónomos y
físicos y los tuvo durante meses observando los cielos para encontrar la forma
de subir hacia ella. Hizo traer a ingenieros de las más prestigiosas escuelas
para que construyeran máquinas capaces de volar hasta el espacio. Pagó a
biólogos y químicos para que estudiaran a las aves, para que examinaran el
polvo de las estrellas fugaces. Pero todo fue en vano: dilapidó su fortuna en
una empresa imposible. Se hundió entonces en una gran depresión. Dejó los
despachos, los correos, dejó de frecuentar los bares. Se encerró bajo candado
en su despacho y pidió a sus criados y familia que nadie, bajo ningún concepto,
irrumpiera su descanso. Se echó a dormir y su sueño duró años.
Una madrugada, aprovechando
que todos dormían, un hombrecito vestido de oriental, se coló en el despacho de
mi antecesor. Lo despertó susurrándole al oído: “sé llegar a la Luna.”
El pequeño oriental era un
astrónomo que había pasado toda su vida observando nuestro satélite. Tenía mil
planos, mil cartas astrales y una torre llena de telescopios. En todos sus años
de vida sólo había estudiado la Luna. Se obsesionó, como mi antepasado, con
ella, su único objetivo en la vida era llegar hasta ella, tocarla, estudiarla
sobre su propio terreno, traer pedazos de ella y meterlos bajo su microscopio.
“Verá”, le dijo al tatarabuelo
de muchos tatarabuelos míos, “sé que usted ha contratado a miles de ingenieros
y arquitectos para que le construyan una máquina voladora, ¿verdad? Pero han
sido incapaces de llegar a la Luna. Pero yo sí sé llegar. Y sé llegar por dos
motivos: porque soy pobre y porque soy muy observador. Le explico: el ser pobre
ha permitido que mi humilde habitación esté poblada por miles de animalillos de
campo que vienen a comerse las pocas migajas que caen de mi mesa. Pero, como
soy muy observador, observé. Y observé que los gatos miran a la Luna con un
interés sólo superado por otro animal sobre la tierra: ¡el ratón! ¡El ratón!
¿Comprende usted? Miran a la Luna con mayor interés del que miran a una
despensa. Y eso, señor mío, me llevó a una brillante conclusión, que es la que
me empujó a venir a verle. La Luna, ¡la Luna! ¡la Luna es de queso! Y... y
siendo se queso, es sencillísimo el transporte, ¿comprende usted? ¡Iremos en un
carro tirado por miles de ratones!”
-¡Hombre, por Dios! Deje usted
ya de decir tonterías.
-¡Esto es un congreso serio!
-Lleva media hora ocupando el
estrado y no ha dicho más que sandeces.
Sigan escuchando, por favor.
Les prometo que, cuando finalice mi historia, les demostraré que no miento.
Prosigo. El pequeño hombrecito oriental había ido a buscar a mi antepasado
porque, como ya se ha dicho, era pobre, y para subir un carro a la Luna hacen
falta muchos ratones. La bajada es más cómoda, ya que la gravedad de la Tierra
ayuda bastante.
En fin. Mi ancestro, loco de
alegría por las investigaciones del oriental, vendió lo poco que le quedaba de
su anterior empresa y pidió dinero prestado reclamando antiguos favores. Compró
una granja abandonada y en ella instaló a millones de ratones. Todos pensaron
que estaba loco. Pero, una noche, un gran carromato subió desde la granja,
tirado por lo que parecían ristras de ratones. Para que el vuelo fuera más
rápido habían tenido la precaución de dejar a los ratones sin comer durante
unas semanas, y los pobres animalillos, al ver esa bola gigante de queso en el
cielo, volaron hacia ella, desesperados.
Fueron muchas más veces.
Siempre actuaban en la cara oculta de la Luna, para no ser espiados por los
astrónomos. Elegían noches de Luna nueva: los ratones se guiaban sólo por el
olor. Montó una gran factoría de recolección y envasado de queso en la
superficie lunar, y un ejército de ratones para transportarlo. Esta es la
empresa que se ha ido heredando en mi familia hasta mí. Vengan, acompáñenme,
por favor; les enseñaré las instalaciones.
¿Ven? Aquí están los ratones.
Ese es el primer carro en el que subió mi antepasado. Los de allí son los que
usamos actualmente. Como pueden observar, el diseño ha evolucionado y ahora son
más aerodinámicos y se construyen con materiales más ligeros, lo que abarata
muchísimo el transporte. Vean, estos son los extractores de queso. También los
hemos mejorado bastante: ese que ven ahí, con el juego de poleas, es del siglo
XVIII. Actualmente incorporan un sistema de envasado y sellado rápido para
evitar que el queso lunar pierda sus propiedades al ser transportado por el
espacio. Es un queso de gran sabor, señores, pero muy delicado.
-Disculpe... ¿Y esas jaulas?
Parece que tienen unos fumigadores...
¡Ah! En efecto, buena
observación. Es para los ratones: vaporizan un somnífero en cuando alunamos.
Hay que ser muy cautos en este punto. Verán, el tatarabuelo del tatarabuelo de
mi tatarabuelo no tuvo en cuenta ese detalle. En su primer viaje los ratones se
dispersaron por toda la superficie lunar. Tardaron semanas en recuperarlos a
todos y originaron unos destrozos importantes. Muchos de los boquetes los
pueden ver hoy a simple vista en una noche de Luna llena.
Pero vengan, vengan, no se
queden ahí. Monten en los coches, les llevaré a la luna. Pónganse las
escafandras y no saquen las manos del coche. Si alguno de ustedes se marea, no
mire por la ventanilla.
Les llevaré a comer queso.
Queso de Luna.
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