Luna plena


El sargento forzó la puerta.
-¡Suelte las armas, está detenido!
Le respondió el silencio. En la habitación las paredes estaban arañadas, los muebles destrozados. El guadia civil se asomó a la ventana. En el camino que se adentraba en el bosque estaban destrozadas las plantas y removida la tierra.
-Registrad la habitación. ¡Nos vamos! -se volvió al pasillo mascullando-: tengo que encontrar a ese monstruo.
De pronto se le heló la sangre. Conocía esa respiración.
*
Al aparecer la luna de entre las nubes, recuperó su cuerpo. Al joven se le encogió el corazón al ver cómo había dejado la habitación pero no se detuvo a contemplarlo. Tenía que huir antes de que llegara la guardia civil. Cerró la puerta, pagó al posadero y corrió hacia el bosque. Ella ya estaría esperando.
-He pactado con él; mi madre me ayudó -la bruja lo miraba con ojos brillantes-. Esta vez funcionará, te lo prometo.
El joven vació la copa de un trago.
-Ojalá... Ya no me atrevo a volver al pueblo.
Ella cogió sus manos.
-Quédate esta noche. Yo vigilaré.
-No, no -la apartó-. Tengo.. tengo miedo de mí mismo.
Al joven se le saltaron las lágrimas. Ella le tomó la cabeza entre las manos para acariciarlo lentamente, hasta que lo besó. Tembloroso, intentó apartarse, pero olvidó retirar sus manos que lo abandonaron para perderse en el pelo de la joven, en sus caderas, para recorrer sus muslos...
Se enfadó la luna y fue a ocultarse entre los árboles. Ninguno notó el cambio. Sus dedos se alargaron hasta ser garras, se le encogieron los labios para dar paso a unos grandes colmillos. Se le encorvó la espalda, crecieron las orejas, triplicó su tamaño, se llenó de pelo. Los gemidos de la bruja se convirtieron en un grito de horror. La acalló de un zarpazo.
Cuando la luna se asomó de nuevo, el joven pudo verse cubierto de sangre. Ella no respiraba.
-¡Oh! -corre, destroza los árboles- ¡maldita luna! -escupe al cielo, la mira a ella- ¡maldita, maldita tú, bruja, por quererme! -se arranca las ropas, se araña el cuerpo. Mira al cielo-. Te ríes, ¿verdad? ¡Oh! Sé que te ríes, con tus ojos deformes y esa sonrisa torcida. Ríe, ríe, luna celosa, ríe que no me tendrás más -ríe él, ríe más fuerte, espanta a las lechuzas-. Ríe, luna, que te crees mi dueña, que crees que soy tuyo, sólo tuyo, luna celosa, ¡ríe, ríe! -se calma, poco a poco- ríe, ¡ríete, luna!, ¡ríe! -se encoge en el suelo como un niño-. Está muerta y tú ríes... Yo también río, luna, también río... -se hace un ovillo. Susurra-: porque esto será para mí, sólo para mí. Tú sólo podrás mirar.
Volvió corriendo al pueblo. A medida que la luna se ocultaba sus zancadas se hacían más grandes.
*
Al sargento se le heló la sonrisa al verlo. Ahí estaba ese monstruo. Tan a tiro que no podría escapar. Disparó.
-¡Fuego! ¡Fuego, he dicho!
Con el rostro desencajado, no notaba que las balas rebotaban en la piel del animal.


A la mañana siguiente los vecinos despertaron horrorizados. En la posada, sobre los desgarrados muebles del dormitorio superior, se desparramaban los cuerpos abiertos del pelotón de la guardia civil. Bajo una viga se balanceaba el cuerpo arañado de un joven que sonreía pacíficamente.

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