Alisó
con mimo el pincel. Tal vez debía encontrar otro algo más sedoso, más fino...
Es igual, se apañaría. Mientras limpiaba el soporte las ideas se le escapaban y
casi se grababan solas. Acariciaba la pared con tanta veneración como si bajo
sus dedos se hallaran los muslos de una mujer.
Llevaba
meses con eso dentro. Una imagen, una idea tal vez. No sabía bien lo que era.
Necesitaba sacarlo y era imposible con palabras. Pero... ¡Oh! Si consiguiera
expresarlo como imaginaba quedaría para la eternidad.
Estuvo
semanas buscando el momento adecuado. Se desesperaba. Iban a todos lados en
manada, todo se decidía en comunidad. Para lo que quería hacer necesitaba
intimidad. La consiguió, por fin, una noche sin luna, cuando todos dormían.
Alumbrado por una débil llama se internó en lo más profundo de la cueva y se
entregó a su arte.
Las
rectas se quebraban bajo su mano, se doblaban tanto que se transformaban en
curvas. Mezclaba deprisa los colores, la piedra se plegaba a su mente, se
anticipaba a la idea. Pasó toda la noche creando.
Milenios
después, desde el lugar dónde viven los muertos, el joven contempla alegre su
obra. Cientos de historiadores, científicos, curiosos, se quiebran la cabeza
frente a su obra rupestre. Discuten. Que si rituales mágicos, que si
explicaciones para la futura caza. Él ríe sin parar. ¡Si pudiera bajar y
decirles que lo hizo por necesidad o sólo por diversión! Pobres...
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