Cuando
desperté seguía viendo aquel punto negro frente a mí.
Un
punto negro que no se movía, que me acompañaba en cada movimiento, que se
reflejaba en la pared del dormitorio, y en la cama y en la ventana y en la
puerta; y que junto a la puerta crecía y se hacía inmenso, impidiéndome toda
salida, creciendo hacia mí, invadiendo todo, se tragaba la cama y la mesa de
noche, y la lamparilla y la silla con la ropa y el armario; un punto que no me
dejaba apartar la vista de él, que me paralizaba los pies, me rodeaba, que me
impedía pensar, cuya su única razón era crecer y crecer hasta envolverme, hasta
que consiguió tragarme sin permitir que gritara.
Entonces
caí muerto.
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