¿Tú?

La veía en todos lados, fragmentada como un cuadro cubista.
Ella era aquellos tacones altos, las cortinas del despacho, el respaldo de la silla. Alargaba la mano y sus muslos se me escapaban temblando.

Sus labios se me aparecían en el jersey, en los semáforos, en el extintor del segundo piso; sonreían en los de la cajera del supermercado. Cuando acercaba mi boca a ellos, se escabullían en una risa y besaba el aire.

Entonces extendía el brazo; con la vista había recorrido antes esas curvas. Estaban en los troncos de los árboles, en el manillar de la bici, en el pomo de la puerta. Alargaba los dedos; apenas rozaban algo suave y desaparecía, me dejaba con ellos en el suelo, en la tierra.

Y en la tierra me quedé sentado, con el olor dulzón en la nariz y un tacón entre las manos, sin parar de reír.

Ella era risa, humo... Nunca supe su nombre.

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